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Sábado, 18 de marzo 2023 | Actualizado 19/03/2023 09:57h.
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Hace treinta y cinco años Laudelino Cubino ganó una etapa en Luz Ardiden.
Solo que hace treinta y siete años Laudelino Cubino ganó una etapa en Luz Ardiden.
Y, oigan, hace treinta y un años Laudelino Cubino ganó una etapa en Luz Ardiden. Que, mira, yo soy Laudelino Cubino y me presento a la alcaldía de Luz Ardiden bajo el lema 'Aquí nos va fenomenal', y llevando en el programa asuntos como repartir maderas comunales, acotar los terrenos donde coger boletus y pedir etapuca del Tour cada julio, que aun salgo bastante en bici y yo creo que algo pillo...
Es que es acojonante, lo de Cubino con Luz Ardiden. Una historia de amor, una peli de tarde y resaca los domingos. Están Romeo y Julieta, están Frodo y Sam, están Cubino y Luz Ardiden. Yo he conocido matrimonios que se llevan peor que Cubino con Luz Ardiden (incluso he conocido matrimonios que se llevan peor que Indurain con Les Arcs). Los hermanos Marx tenían menos feeling entre ellos que Cubino con Luz Ardiden, Alejandro miraba a Hefestión con menos ternura que Cubino a Luz Ardiden. Si hasta Pi y Margall discutían a veces (Pi era más federalista y Margall decía que putos cantones) y yo a Cubino nunca le vi palabra mala sobre Luz Ardiden. Es que dan rabia, de tan felices que son...
Laudelino y Luz (les decimos por sus nombres, que hay confianza) se conocieron en 1986. Él venía de Béjar, que tuvo cantón en el siglo XIX (¿ven?, está todo relacionado), y ella gastaba hechuras de señorona parisina tomando aguas en montes, que era cosa muy de la época cantonalista, aproximadamente. Y eso, que allí hace frío, y llueve mogollón, y hay carreteras reviradas e imposibles, carreteras que diseño Gustav Doré tras una noche sin dormir, carreteras que sirven para ir a distintos cul-de-sac y que, con el tiempo, terminaron por hacerse leyendas, porque en los deportes (y en la vida) las leyendas surgen cuando ellas quieren y no cuando todos anhelan fabricarlas...
De Cubino seguro que ustedes se acuerdan. Finuco como él solo, manos sobre cruz del manillar, rodillas frágiles, piernas hechas con alambre y hierro sin pulir. El primer bejarano ilustre de todos los ciclistas bejaranos ilustres (y mira que hubo ciclistas bejaranos ilustres). Escalador a la fuerza, muchos «sí pero no», la salud que acompaña lo justo, un flequillo tontorrón que se volvía loco cuando volvía locas. O es lo que tengo yo en mente, oigan, a veces estos asuntos se malean con el tiempo.
De Cubino seguro que ustedes se acuerdan, decía, porque es uno de los grandes ochenteros, aunque hiciese casi más palmarés en los noventa. Pero a mí no me engañan... un tío que se llama Laudelino, al que llaman Lale, un tío que sube con esa forma de subir, con esos desarrollos colombianos, con ese aire «mañana ataco a Dietzen»... ese tío es, sí, ochentero, la tele recargada en colores, los comentaristas patrios, Perico luchando contra Greg, contra Laurent y contra su tendencia a llegar tarde. Sí, Laudelino (Lale), es ochentero, porque en los ochenta todos fuimos más jóvenes, y teníamos más ilusiones, y éramos menos cínicos, porque en los ochenta los grupos se llamaban Mötley Crüe y no Nirvana. Y ahí aparece Cubino. Con su aire clásico, Cubino. Con su media sonrisa, Cubino. Con su facilidad para irse cuesta arriba, Cubino. Ese Cubino. Cómo se te aprecia, Cubino, cómo se te aprecia.
(Mi amigo Fredo, que es muy salao, todavía me llama «Cubino» cuando me ve vestido para cicloturistadas varias. Y mi amigo Fredo no puede equivocarse, creo yo, en sus amores).
Y eso, que Cubino. Laudelino Cubino, porque suena mejor todo junto, porque los nombres importan. Yo tengo cerca de casa un Alto de la Morcilla y eso es imposible que dé nada de terror... ahora... ¿El Morredero? Joer, ahí sí que vas acongojado. Pero acongojadísimo. Laudelino Cubino suena bien. Digamos que fue una eclosión paulatina. La etapuca en la Vuelta a España, botines aquí y allá en el calendario patrio, esas cosas de Dauphiné, de Colombia. Hasta el Giro, tú, cuando era veterano que sabía latines y encontraba siempre el momento adecuado para dar hachazo en jornadas duras-pero-no-tan-duras. Pasa que los recuerdos son otros, y Cubino hizo pódium en la Vuelta de 1993 (la de los suizos cascándose por el Naranco y el Monte do Gozo), pero tú piensas y lo ves más con el maillot del BH que con el maillot del Amaya (y mira que era bonito, eh, el maillot del Amaya). Aquella victoria en Cerler. Aquel otro asunto en Cerler, un año más tarde, con Kelly acechando, con el escalador que se hunde en escalada, con Álvaro Pino girando manillar, alejándose de los buenos, esperando al amigo entre luz que agoniza. Claro, eso tiene mucha más fuerza, porque las historias con final no óptimo tienen mucha más fuerza (y porque estaba Leticia Sabater de azafata, y García llevaba siete helicópteros y dos submarinos, y aquellos eran años chiflados de narices).
No importa, siempre nos quedará Luz Ardiden, ¿verdad?
La primera vez ocurre en 1986. Tenía veintitrés añucos Lale, que es buena edad para ir estrenándose, ¿no? Era el Tour de la Comunidad Económica Europea, que es lo mismo que el Tour del Porvenir, que es como el Tour de l´Avenir, que es el Tour chico de toda la vida, pero con más maquillaje y sombra de ojos. Si hasta te dan un maillot amarillo, qué más pruebas quieres. La séptima etapa, entre Pau y Luz Ardiden, que tú escuchas «Pau» y «Luz Ardiden» y ya sabes lo que espera. Niebla y agua, por si son ustedes de natural desconfiados. Niebla y agua. Subían Aubisque por Eaux-Bonnes y les cayeron esas, las regulares y las malas. Marco Votolo, por ejemplo, se pega un buen golpe, y él vuelve a la ruta, pero su bici anda barranco abajo, porque las bicis a veces se cansan de tanto frío, y deciden dejar de trabajar.
Ese aire. Andaban por el Tour (el Tour menor, pero Tour) veteranos del Vietnam como los colombianos o el portugués Marco Chagas, tíos profesionalizados a tope como Knickman, Jules o Grewal, y un puñado de jornaleros buscando gloria, contratos y, puede, primeras entradas en wikipedia, que es una cosa aun sin inventarse, pero lucirá mucho en el futuro. Uno de esos es Laudelino Cubino, que lleva colores del Zor (y también es precioso, ese maillot del Zor) y ataca a pie de Luz Ardiden, y sube como si subir no costara, como si subir fuese respirar hacia adentro, sube como escribía Delibes, con esa falsa sensación de qué fácil hacerlo cuando lo hace él. Sube Cubino y acaba ganando la etapa, y piensa que qué bonito esto de Luz Ardiden, que carretera tan chula, qué de curvitas y rampas, ojalá nos volvamos a ver en el futuro, Luz, me has caído muy bien, Luz, tú y yo podríamos iniciar aquí un tórrido aunque intermitente romance, Luz.
(Ah, cuarto entra un chaval grandote y con buena pinta. Hasta se pone segundo en la general. La verdad es que ha escalado divinamente, si tenemos en cuenta su tamaño. Hará algo en esto de las bicis. Algo. No sé, una Roubaix, una San Remo, cosas de esas que en los ochenta tienen menos importancia que la Vuelta a Murcia. Aproximadamente. Se llama Miguel Indurain, oigan, no me le quiten ojo. Igual hasta gana algún año el Gran Premio de las Naciones. Pena de peso, imposible aspirar a nada con ese peso).
Se volvieron a ver, Luz y Lale (Luz y Lale suena a parejita de pueblo, esas que llevan juntos desde el cole y tienen siete hijos y siguen haciéndose carantoñas los domingos en el bar, después de misa) en 1988. Tour de Francia. Pero Tour de Francia grande, Tour de Francia auténtico, Tour de Francia de verdad. Ese Tour, seguro que saben. Etapa monstruosa, con Aspet y Menté (tantas tragedias) antes de la tetralogía clásica, solo que me cambia usted el Aubisque por Luz Ardiden. Tourmalet como punto clave, porque Tourmalet siempre debe ser punto clave. Y allí ataca Cubino, allí pone un ritmo, allí se va solo y nadie lo caza, porque tiene por delante a Luz, y Lale tiene muchas ganas de abrazar a Luz, otra vez, abrazar a Luz. Seis minutos al segundo, siete al décimo. Pedro Delgado pega un ataque fuerte muy cerquita del final y pinta de más amarillo su maillot amarillo, y hasta sentencia el Tour, porque menuda ventaja lleva, y entonces nadie sabía aun qué narices era eso del «probenecid».
(Pedro Delgado era un poco como Laudelino Cubino, solo que más regular que Cubino, más solvente que Cubino, mejor en crono que Cubino, con menos tendencia a la desgracia que Cubino. O sea, que Pedro Delgado era Cubino pero sin todas esas cosas que hacían adorable a Cubino).
Y queda 1992. Que menudo año, 1992. Entendió la Vuelta (la Vuelta a España) que debía proponer algo especial porque... Y para allá que se fueron. A los Pirineos franceses. La etapa de Luz Ardiden. Con Portillon, con Peyresourde, con Aspin, Tourmalet y Luz. Con todo eso. Y con el frío, y la nieve, y las carreteras sin nadie aplaudiendo, y los ciclistas que son fantasmas por La Mongie, que ascienden como si fuese el entrenamiento más duro de la temporada, que son sombras entre nieblas, que son nombres vacíos y referencias que llegan cada demasiado rato. Aquel día no se vio (apenas) nada, y con lo que se vio te pintaba Kubin cuarenta grabados (y El Bosco siete pesadillas).
Y Cubino repite. Repite táctica, repite resultado. Es increíble, tú, lo de Cubino aquí. Que acelera pasando el hotel ese feo con forma de pirámide, que pasa destacado por el café de cima, que baja entre tiritonas, castañeteos y frenos chirriando. Que empieza a subir Luz solo (mira, recuerdo esta curva, aquí hay un bache, allí baja la pendiente, qué bonito Luz, cómo me gusta Luz), que llega arriba empapado, rodilleras blancas que parecen corcho de empacar sardinas sobre las articulaciones, sonrisa de frío-alegría-dolor-frío. Casi lo pilla Rominger, casi se va todo al garete. Pero no... es su hogar, es su destino.
Una cuarta vez intentó Cubino ganar en Ardiden. Una cuarta vez, sí, en 1995. Pero... es que era demasiado. Si en las historias de amor (en la historia de Lale y Luz, de Luz y Lale) tres son demasiados... imaginen las dobles parejas. Y nada, que no hubo lugar, que atacó en Tourmalet pero no hubo lugar, y que triunfó Virenque, que subía mucho más feo que Laudelino, que hacía muchas más muecas que Laudelino, que ponía caras y miraba a la cámara. A mí dame diez Lales por cada Richard, aclaremos.
Estoy seguro, pero seguro, que aquella tarde Luz arrugó un poco el gesto. Con lo amable que era el chico este, el de Béjar.
Cómo lo echo de menos...
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