Reproducción de una armadura de guerrero medieval
Las armaduras son tan antiguas como el hombre, y algo de ellas nos queda. ¿Qué son los chalecos antibalas sino corazas modernas? Contrariamente al mito, no desaparecieron por la invención de la pólvora –podían detener también un disparo–, sino porque en el siglo XVII los ejércitos crecieron tanto que ya no resultaba económico equipar a toda la soldadesca con ellas. Aun así, en los siglos siguientes muchas unidades de caballería todavía las lucieron; en algunos casos, hasta la Primera Guerra Mundial.
Durante la mayor parte de la historia el combate fue cuerpo a cuerpo. Desde la antigua Roma, donde un soldado era solo una parte más de un engranaje mayor y su uniformidad respondía a una táctica, hasta el sálvese quien pueda del Medievo, cuando cada uno se protegía como podía, las armaduras permiten trazar una historia de la guerra.
Cómo no, la representación más temprana que conocemos de una armadura es de la antigua Sumeria. Fue la primera civilización de la historia, por tanto, la primera con intereses que defender y con la necesidad de tener un ejército sofisticado.
Estela de los buitres, de origen sumerio, con la primera representación conocida de una formación en falange
Se descubrió a finales del siglo XIX en el actual Irak. Se trata de la Estela de los buitres, una serie de grabados en torno a 2450 a. C. creados para conmemorar la victoria del rey Eannatum de Lagash sobre la ciudad de Umma. Detrás del monarca aparecen sus soldados en formación de falange clásica –que no es otra cosa que disponerse en fila y muy pegados los unos a los otros– y ya luciendo corazas. Aunque se tratara de la Edad del Bronce, al principio estas se hacían con cuero endurecido.
La que sí es de ese metal es la panoplia de Dendra, la armadura más antigua que se conserva completa. De ahí que los arqueólogos la llamaran “panoplia”, que en griego arcaico significa algo así como “colección de armamento”. Está hecha de placas de bronce que cubren todo el cuerpo, incluyendo partes difíciles como la barbilla. Data del siglo XV a. C. –civilización micénica–, de modo que puede dar una idea aproximada de cómo vestirían los soldados en la guerra de Troya, si es que realmente sucedió y no es solo un mito.
A través del cine hemos heredado una visión estereotipada de los soldados en la antigua Grecia. Sí, los escudos eran tan grandes y los cascos tan pintones como los que aparecen en películas como Alejandro Magno (2004) o 300 (2006), pero no todos los usaban.
Solo lo hacían los hoplitas, que vendrían a ser la infantería pesada. Aunque las protecciones no eran homogéneas –algo que daba no pocos problemas en el campo de batalla–, eran obligatorias la coraza, que reproducía en bronce la forma de los músculos del tórax; las cnémidas, parecidas a las espinilleras que hoy usan los futbolistas; el casco, solo con aberturas para los ojos y la boca; y el escudo, que era redondo y podía llegar a medir un metro de diámetro. En total, el equipo pesaba entre 22 y 27 kilogramos.
Un modelo de coraza más ligera y flexible era el linotórax, que, en lugar de bronce, estaba hecho de lino. Parece poca cosa, pero lo cierto es que si se superponen varias capas esta fibra puede resistir acometidas fuertes.
Aquiles y Patroclo en una pieza de cerámica de la antigua Grecia. Se cree que sus corazas son linotórax
Esto, para la fuerza de choque. El resto del ejército lo formaba la infantería ligera, una suerte de escaramuzadores –muchas veces esclavos– que debían moverse rápido y lanzar objetos sobre las líneas enemigas. De ahí que no llevaran ninguna clase de protección y que en algunas ciudades los llamaran gimnetes o psiloi, que en griego antiguo significan “desnudo”.
Aunque sus predecesores etruscos compartían el modelo hoplita, en el que cada ciudadano-soldado se costeaba su armadura, desde los tiempos de la República todo en el ejército romano estuvo estandarizado. Como las tácticas militares o el diseño de los campamentos, también las armaduras seguían un patrón. De hecho, fue la primera vez en la historia que se fabricaron en serie.
Los órganos vitales los protegía la lorica segmentata, una serie de bandas de hierro atadas con cuero que se colocaban de forma horizontal alrededor del torso del legionario; para los hombros y el pecho había tiras adicionales.
El escudo, aunque sufrió evoluciones y era distinto en función de la unidad, en la época del Imperio fue, mayoritariamente, rectangular. Además de porque cubría todo el cuerpo, porque así permitía hacer la clásica formación en testudo (tortuga), que consistía en formar un bloque perfectamente cuadrado, con los escudos sobre sus cabezas los de dentro, y horizontalmente los del perímetro.
Para llevar a cabo estas tácticas en medio del caos de una batalla hacía falta adiestramiento, mucho adestramiento. El grupo debía funcionar como un solo cuerpo que respondiera rápida y eficazmente a las órdenes, que se daban con señales acústicas o visuales. Así se explica el diseño del casco, que dejaba a la vista tanto las orejas como el rostro.
Precisamente, para muchos historiadores, la irrupción a partir del siglo III de modelos de casco más cerrados fue un síntoma de la decadencia de Roma. Menos sofisticadas, las legiones se empezaban a parecer a las hordas bárbaras, en las que cada uno peleaba como podía.
Junto a la Armería Imperial de Viena, la Real Armería de Madrid, en el Palacio Real, es considerada la mejor colección del mundo de armas medievales y del Renacimiento. Hay piezas icónicas, como la armadura integral que el emperador Carlos V (1500-1558) usó en la batalla de Mühlberg (1547). Así es como muchos imaginan a los caballeros medievales, vistiendo, como el emperador Carlos, esas placas de acero que cubrían todo el cuerpo. Sin embargo, este diseño no apareció hasta el siglo XIV.
Antes, los hombres del Medievo usaban lorigas similares a las de los legionarios romanos o cotas de malla. Como ya no existían los ejércitos regulares, el nivel de protección dependía de lo que uno se pudiera permitir. En época altomedieval, por ejemplo, el casco más común era una simple pieza de metal en forma cónica. Debajo se colocaba el almófar, una capucha de cota de malla que protegía el cuello.
Los modelos se fueron sofisticando con el paso de los años. En el siglo XIII los yelmos se volvieron redondeados –adaptándose a la forma de la cabeza– y empezaron a incorporar una visera. Aun así, eran incómodos y resultaba difícil ver de dónde le venían a uno los golpes. Por eso, en la España del siglo XV, apareció el almete, cuyo peso descansaba en la propia coraza en lugar de sobre la cabeza, dejando también algo más de espacio para que el soldado respirara. Poco a poco, se estaba creando la armadura completa.
Almete francés del siglo XV
Accesible solo a caballeros y señores feudales, esta ofrecía protección integral contra cortes e incluso golpes secos, pues la energía del impacto se repartía por todo el cuerpo. Eso sí, para el caballero que caía de su montura, levantarse con esos treinta kilos no era tarea fácil, y el enemigo podía aprovechar para asestar un golpe certero.
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