A la historiografía imperial española se le ha pasado por alto el involuntario happening barcelonés montado tres años después de la derrota de 1898: los restos de la escuadra expuestos a los pies del monumento a Colón
Así dibujó 'La Vanguardia' los restos de la escuadra de Cervera descargados en 1901 en el muelle de Drassanes de Barcelona
A veces, la tentación tiene silueta de tornillo.
La pieza metálica estaba ahí, a cinco o seis metros en el fondo del Caribe, rota, implorando que me la llevara.
Era un tornillo del Infanta María Teresa , el crucero del almirante Cervera, el último buque hundido del imperio español, y las coincidencias estaban ese día imperialmente enroscadas: con el fotógrafo Guillermo Cervera, descendiente del almirante, hacíamos un reportaje del pecio, y lo hacíamos el pasado 1 de octubre en la costa rebelde de una isla llamada Cat Island.
La tentación era irresistible, como si el tornillo, con voz líquida de sirena, susurrara: “Soy el punto final de la primera globalización, forjada por España... llévame contigo”.
La atracción me succionó. Descendí a pulmón, acerqué la mano al tornillo y empecé a elevarlo hacia la superficie... ¿Qué sentido tiene alejar un hierro roto por la guerra de su punto de ruptura?
Hace unos días, la tentación regresó a mi mente navegando no por el Caribe, sino por la hemeroteca de La Vanguardia : de repente, esos hierros aparecieron dibujados en la edición del 6 de diciembre de 1901, descargados a los pies de la estatua de Colón de Barcelona.
¿Qué hacían los restos de los restos de la última escuadra del imperio español en el muelle de Drassanes? ¿Por qué los llevaron a Barcelona tres años después del combate naval de Santiago de Cuba, que de hecho hundió la inmensa parte del metal? ¿Por qué los vencedores –yanquis y cubanos– no se quedaron los deshechos?
A la historiografía imperial española se le ha pasado por alto esta instalación , que habría fascinado a artistas como Francesc Torres. “Allí están hacinados trozos de cubierta, restos de cureñas, calderas de maquinilla, ventiladores, baos, cintas y molinetes... –escribía La Vanguardia junto al dibujo–. Recuerdos dolorosos que ahora serán convertidos en hierro nuevo, quizá en otras calderas y artefactos para nuevos buques, y que parecen hacer bueno aquel principio que nos enseñaban en el instituto: no se crea ni se aniquila nada”.
Inconscientemente –o no– La Vanguardia elevó esa descarga metálica a la categoría de instalación artística: envió a un dibujante y publicó la ilustración en una página dedicada toda ella a los prerrafaelistas ingleses.
“Sobre el muelle de Atarazanas reposa por unos días un montón enorme de hierros viejos que es todo o casi todo lo que quedó de aquella brillante flota –escribía nuestro diario–. Sería precisa toda la fibra poética para describir con la tristeza que el cuadro sugiere las ruinas de aquella escuadra que cayó bajo las granadas de los insaciables acorazados norteamericanos”.
A La Vanguardia no se le escapaba el símbolo y bucle del lugar donde se descargó: Colón. “Hace meses eran restos del ejército colonial los que llegaban a los pies de la estatua de Colón: hombres agonizando. Ahora son despojos de aquella escuadra los que parecen erigirse como dolorosa efeméride, tratando de despertar a un pueblo tan soñador como el nuestro”.
Así dibujó 'La Vanguardia' la repatriación de soldados españoles muertos y heridos en la guerra de Cuba el 11 de noviembre de 1898
“El dolor persiste –reflexionaba el diario– y reverdece al contemplar esos restos de algo que antes fue objeto de tantas ilusiones y de esperanzas, que luego dio motivo a tanto heroísmo estéril y ahora a tan amarga enseñanza”.
Como la ruptura de Cuba y España fue un colapso sentimental en toda regla, esa chatarra hubiera quedado hoy fantástica en el museo de las Relaciones Rotas de Zagreb, dedicado al amor fallido. Ex amantes de todo el mundo, abandonados o abandonantes, donan a este museo los objetos que resumen sus quiebros vitales, y destaca el hacha con la que una berlinesa engañada convirtió en astillas todos los muebles de su pareja (que se había largado de vacaciones con otra).
“Conforme iba triturando los muebles, que adquirían el aspecto en que había quedado mi alma, mejor me sentía –confiesa la mujer que donó la herramienta–. Elevé el hacha a instrumento de terapia”.
Terapia y happening también en la Barcelona de 1901, por la interacción de los transeúntes con el retorcido fantasma del imperio: “Entre los curiosos que contemplan los restos de nuestra escuadra –decía La Vanguardia tres días antes, al anunciar la descarga– se hacen tristes y oportunos comentarios... sic transit gloria mundi ”.
Pero volvamos al inicio del relato, a las tentaciones caribeñas, al tornillo del Infanta susurrando: “Acércate, soy el punto final de la primera globalización... llévame contigo”.
La atracción me succionó. Descendí a pulmón, acerqué la mano al tornillo, empecé a elevarlo hacia la superficie y... me arrepentí, lo solté y lo dejé caer de nuevo sobre el lecho marino, sobre el lugar donde reposa desde 1898.
Visto con el tiempo, todo imperio es un happening.
Así dibujó 'La Vanguardia' la repatriación de soldados españoles muertos y heridos en la guerra de Cuba el 10 de diciembre de 1898
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